Misa de la Víspera de Navidad

El presbiterio de la iglesia de Mariahilf engalanado para las Misas de Navidad…

Hay una antigua leyenda de la Navidad que cuenta la historia de un viejo lobo que traía a los pastores de Belén por la calle de la amargura. No sólo se comía alguna oveja de vez en cuando, sino que segaba la vida de otras muchas por el puro placer de destruir.

En la Nochebuena el lobo intrigado por el extraño movimiento de los pastores los siguió desde la distancia hasta el Portal. Y allí se relamió de gusto pensando que aquella noche podría cambiar de menú con aquel niño recién nacido. Esperó a que los pastores se hubieran marchado y a que José y María se hubiesen dormido agotados por los aconteceres de aquel día tan especial.

El lobo se acercó al Niño, le olisqueó antes de zampárselo, pero… El Niño abrió los ojos y con su tierna mano acarició el ocico del lobo. Por primera vez en su vida alguien miraba con amor y ternura al viejo y sanguinario lobo. Y cuenta la leyenda que la piel del lobo se cayó, y debajo de ella apareció un hombre que postrándose en tierra adoró al Niño Dios.

Pienso que ese viejo violento y sanguinario lobo podemos, a veces, ser cada uno de nosotros… Que nuestras violencias y nuestras agresividades no esconden sino un grito desesperado para que alguien nos miré con ternura y amor. Que también nosotros necesitamos ser sanados por la mirada tierna y la caricia afectuosa del Hijo de Dios.

A veces esa caricia y esa mirada nos llega -como un sacramento- en la caricia y en la mirada de una persona que se cruza en nuestro camino o que forma parte de nuestra vida. Pero otras veces falta esa persona… Pero lo que nunca faltará es la caricia y la mirada del Hijo de Dios.

En esta Noche Santa el miserio de la Navidad nos invita a todos a postrarnos, con nuestra vieja piel de lobo, -con todas las heridas y carencias que llevamos en el corazón-, ante el Niño nacido en Belén… A estar con Él… A orar ante él… A adorarlo… A dejarnos asombrar por el Misterio…

Sólo Él sanará nuestras heridas, sólo Él iluminará las tinieblas que tantas veces oscurecen nuestro corazón. Amén.

P. José Luis

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