Fiesta de la Sagrada Familia

A medida que los años avanzan sentimos que el paso de la vida se acelera y que la muerte se nos acerca cada vez más deprisa. Y cuando pensamos estas cosas, -y no podemos dejar de pensarlas-, se nos pone un nudo en la boca del estómago. ¿Habremos vivido y amado para acabar en la nada?

Hay una forma de envejecer que es amarga y que amarga a todos cuantos rodean al anciano porque es triste y protestona. Hay una forma de envejecer que es neurótica, siempre exigiendo un poco de afecto con formas que, lejos de obtenerlo, lo alejan. Hay una forma de envejecer que es serena y fuente de paz para cuantos rodean al anciano.

Abrahán envejeció con serenidad porque supo esperar contra toda esperanza lo que Dios le había prometido (una tierra, y una descendencia numerosa), aunque él solo vio un hijo (¡en la vejez!) y un poco de tierra en la que enterró a su esposa Sara. Pero así se convirtió en padre de judíos, cristianos y musulmanes.

Simeón y Ana supieron también vivir esperando y confiando, y Dios les regaló el don de descubrir en aquel niño que sus padres (María y José) presentaban en el templo (un judío más), al Mesías prometido.

La vida de cada día tiene muchos niveles de lectura. Uno es el de la utilidad inmediata, si nos quedamos en él, nos hacemos egoístas y amargos. Nada es suficiente para satisfacernos.

Otro es el de las explicaciones que nos dan las ciencias de todo tipo, entre ellas, la psicología. Nos ayudan, pero no agotan la riqueza de lo real.

Y otra es la de la confianza y la esperanza. No puede ser que este Universo acabe en la nada. No puede ser que no vuelva a ver a quienes amé y me amaron. No puede ser que las experiencias hermosas de la vida se pierdan para siempre…

No puede ser, y no lo es, porque Dios se hizo carne, familia, pueblo, tierra, universo en Jesús de Nazaret, y en Él todo queda transformado… puesto patas arriba.

Confía, espera, ama y camina… Y verás que tú cambias, verás que también los demás cambian a tu alrededor… Y que tu vida, aun con la amenaza de la muerte, adquiere luz y sentido.

P. José Luis

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